
El cielo de Florida comenzó a oscurecerse y en ese instante Chris sintió la necesidad de rendirse. Ya llevaba más de 13 horas en la competencia intentando llevar el ritmo y seguir el curso. Todo, cualquier detalle y esfuerzo ya eran demasiado. El aire caliente y húmedo lo hacían esforzarse más para respirar, sus pies ardían con cada paso en el pavimento, sus piernas estaban duras como el concreto y sentía como si cada músculo de su espalda hubiera pasado por un triturador.
Chris es un joven de 21 años que vive con sus familia a las afueras de Orlando, Florida. Su día lo comenzó con ganas y determinación para superar el desafío que representaba esta carrera. Nadar en aguas abiertas por casi 4 kilómetros, seguir un paseo en bicicleta por 180 kilómetros y luego una carrera por otros 42 kilómetros. Y debía hacerlo todo en menos de 17 horas. Cumplirlo lo convertirían en el primer competidor con Síndrome de Down en completar una Triatlón “Ironman”.
Su hazaña no solo lo pondrían en los libros de récords mundiales y en en todos los medios y plataformas del planeta. También le demostraría a sí mismo y a todos los que le rodean de que estaba hecho para hacer grandes cosas. Y entre esas cosas, uno de sus más grandes anhelos es el de vivir de forma independiente, tener una esposa y conformar una familia.

Para dimensionar la importancia de su hazaña y de su triunfo en Panama City Beach, Florida, debemos irnos a sus años de infancia. A los 5 meses se sometió a una cirugía de corazón abierto. Estaba tan débil y tenían tan mal equilibrio que solo pudo caminar hasta los 4 años. Enfrentaba problemas de deglución y por ello fue alimentado con comida para bebés hasta los 6 años. Aprender a correr le tomó varios meses, manejar sus brazos al caminar otro tanto para que no fuera una persona con rigidez en su andar y en sus posturas físicas. Incluso, le tomó años aprender a amarrarse los zapatos.
Su papá Nik es un entrenador de desempeño corporativo y su mamás se dedicó a él en la casa. Juntos lucharon para que recibiera el cuidado y la atención adecuada de forma oportuna. Para su educación, lo llevaron a siete escuelas de primaria hasta que encontraron la mejor opción para sus requerimientos.
Chris declara: “Siempre me sentí aislado, ignorado, excluido”. Por ello encontró consuelo en los deportes. En su adolescencia participaba en carreras de velocidad, nadaba y jugaba baloncesto en las Olimpiadas Especiales. A los 15 años, sus padres le enseñaron a montar en bicicleta. Le tomó 6 meses para manejar su bicicleta y hacer 30 metros por sí solo; pero una vez se acostumbró, no hubo vuelta atrás.
Después de someterse a una serie de cirugías en los oídos que alcanzaron a minar sus fuerzas y lo confinaron a estar en casa, tomó la decisión de hacer todo aquello que nunca había hecho antes.
El pasado mes de octubre, con la ayuda de un grupo de entrenamiento en deportes de resistencia y un voluntario que fungió como su entrenador, puso su mirada en el Ironman. Esa era la prueba definitiva. Conquistar esa meta, y si lo lograba, sentiría y creería que era capaz de cualquier cosa.
Chris y su entrenador comenzaron a reunirse antes del amanecer para intentar hacer carreras de que sobrepasaran los 30 kilómetros, otras veces hacer paseos en bicicleta que sobrepasaran los 160 kilómetros. Enfocado en hacer mejoras pequeñas cada día, su entrenador le enseñó en cómo cambiar de marcha, mantener el equilibrio, cómo aprovechar el viento, en cómo relajarse estando a nado abierto en el océano, incluso si nadaba en medio de medusas.

Así añadió músculo a su robusto cuerpo de 170 centímetros. Y todas las personas que estaban a su alrededor comenzaron a notar que a medida que se ponía en forma, parecía más agudo mentalmente, más atento y más seguro de sí mismo.
Su padre estaba seguro que terminaría la carrera en el tiempo estipulado aunque temía que algo saliera mal. Le dijo a Chris que no dejara que el dolor se sobrepusiera y le ganara a sus propios sueños.
Chris sabía que no se trataba de terminar uno de los triatlones más importantes del mundo, sino de demostrarse a sí mismo que después de esto podría lograr cualquier cosa en el futuro. Tener su propia casa, su soñada independencia, una esposa tan amable y hermosa como su mamá. Por lo tanto le dijo a todos: “mis sueños van ganar”.
Nada pudo detenerlo. Cruzó la línea de meta con los brazos en alto para celebrar y un poco de tiempo de sobra, su hazaña la hizo en 16 horas 46 minutos 9 segundos. Y ahí aprendió que no hay límites, tampoco que no existen barreras.

Interpretado y adaptado de artículo publicado por The New York Times el 16 de noviembre de 2020.