El Programa de Protección, creado a partir de un acuerdo interinstitucional entre Asopormen y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF en el año 1999, y certificado en calidad por el Icontec en el año 2013, viene prestando el servicio de semi-internado a niños/as, adolescentes y mayores de 18 años con discapacidad intelectual y en situación de vulneración de sus derechos. Desde su creación, se ha trabajado de manera ininterrumpida tanto por la vigilancia, restablecimiento y garantía de los derechos de la población a quien va dirigida la atención, como por el mejoramiento de su calidad de vida. Podría decirse que, en términos formales, ese es el propósito principal del programa.
No obstante, dicha descripción que en apariencia resulta concisa y contundente, es exigua para abarcar el universo de emociones, acciones, retos, pasiones, sacrificios y saberes que diariamente se involucran para cumplir con susodicho propósito. Lo anterior, obedece en parte a la tendencia de simplificar, sintetizar y deshumanizar el trabajo que se hace con el otro, y por el otro, cuando este debe plasmarse en un escrito que de orden y sentido a lo que se hace. Por tal razón, el propósito de este artículo es justamente rescatar lo humano, amplio y complejo de la labor de “vigilar, restablecer y garantizar los derechos de los niños/as, adolescentes y mayores de 18 años del servicio, para lograr el mejoramiento de su calidad de vida”.
Para lograr tal fin, es menester entender quiénes son las personas que conforman “la población a la que va dirigida la atención del servicio de protección”. Los niños, niñas, adolescentes y adultos jóvenes que integran el programa de semi-internado del servicio de protección, son personas que buscan incesantemente su lugar en el mundo, aquel sentido que motive su existencia y que finalmente les permita ser felices. Más allá de su discapacidad intelectual, que bajo ninguna circunstancia les resta dignidad o valor a su condición humana y que al contrario, los dota de un potencial envidiable para expresar cariño, conmiseración y gratitud hacia su prójimo sin ningún tipo de restricción; estas personas, al igual que nosotros, transitan por los derroteros de la vida en una búsqueda constante de aquello tan esquivo que llamamos bienestar. En ese sentido, el quehacer del equipo de protección se centra en la lectura rigurosa de las historias de vida de los niños/as, adolescentes y adultos jóvenes que llegan al servicio, identificando las principales dificultades de estos y de su núcleo familiar en la consecución de su lugar y papel en el mundo, de aquello que les permite trascender de sobrevivir a vivir con sentido.
Esta es una tarea que bajo ninguna circunstancia resulta sencilla, pues además de abordar las dificultades de los niños/ y adolescentes para adaptarse a un mundo que en muchos sentidos les resulta incomprensible y hostil, los profesionales de protección deben adelantar su trabajo encarando fenómenos sumamente arraigados en la realidad social del país, como la pobreza, la discriminación por razones de discapacidad, la falta de inclusión social y educación para la discapacidad y la presencia de familias que rechazan, menosprecian, limitan, maltratan y abandonan a sus hijos con discapacidad.
¡Qué tarea tan quijotesca la que deben asumir todos los profesionales que integran el equipo de protección!, pues al igual que el caballero de la triste figura, deben lanzarse con auténtico denuedo y con fiel convicción a dar todo de sí para transformar, con su sacrificio, intelecto, creatividad y calidez humana, la vida de estos niños/as, adolescentes y adultos jóvenes, poniendo a prueba su templanza, tolerancia a la frustración y compromiso por lograr el restablecimiento de sus derechos, que no es otra cosa sino una expresión jurídica para hacer alusión a la acción de garantizar que estos seres humanos cuenten con las oportunidades y recursos necesarios para vivir con sentido, dignidad y calidad.
Sin embargo, como en un comienzo fue señalado, gestar semejantes procesos de transformación representa una tarea sumamente compleja, en la cual se presentan constantes avances y retrocesos, generando en los profesionales del servicio un continuo desgaste, una tentación constante de desfallecer, un deseo angustioso de tirar la toalla, un sentimiento solamente equiparable al experimentado por Sísifo, personaje de la mitología griega quien fue condenando eternamente a empujar una roca por una pendiente para que al finalizar cada día la roca rodara y volviera a su lugar de inicio.
No obstante, y en esto se debe ser enfático, la sensación generada en cada uno de los profesionales del programa de protección al presenciar como uno de los niños/as, adolescentes y adultos jóvenes logran superar las brechas de inequidad a las que son expuestos , de cómo rompen con la condena de incapacidad, dependencia permanente y exclusión impuesta por una sociedad que invisibiliza y denigra la diversidad funcional, de cómo expresan con plenitud la felicidad, gratitud y satisfacción que experimentan durante aquellos momentos en los que comprenden que su vida ha encontrado el sentido anhelado; representa aquel oasis en donde el equipo recarga recursos y energías. Y es esto último lo que hace del trabajo adelantado en el servicio de protección la labor mejor remunerada.
Escrito por:
Luis Fabián Hincapié
Psicólogo Servicio de Protección Asopormen
Muy buen artículo doctor es muy profesional y es una gran reflexión. . Estas personas deben ser tratadas como lo que son seres humanos y más que una discapacidad son personas que te enseñan el verdadero amor fiel y Leal… apoyo 100%